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EUGENIO BERMEJILLO (1954-2015): Hermann Bellinghausen
Hacia los 14 de su edad Eugenio Bermejillo decidió que el país del mundo que más deseaba conocer era el suyo. Aventado, incansable, y en entusiasta ejercicio de su libertad, no le costó trabajo. A los 17 o 18, pensando que ya conocía mucho, quiso irse a quedar en alguna comunidad, ya no sólo de pasadita en camión, tren, aventón o bicicleta. Un día de 1972, en la estación de Buenavista abordó el tren a Tapachula. Tres días después se bajó en Arriaga, en la costa de Chiapas, se dirigió a los Altos y luego a la selva Lacandona. Pronto tocaba la puerta de la misión jesuita en Bachajón, en el núcleo de la región tseltal. Hoy uno llega por carretera y es ciudad; hace 43 años era un pueblo disperso e inaccesible, con caminos apenas transitables. Ni en Ocosingo había pavimento. Los finqueros y comerciantes de Chilón y Yajalón pasaban en avioneta por encima de la indiada.
Allí permaneció varias semanas. Aprendió a pedir tortillas y pedir posada y saludar en tseltal. Los jesuitas lo admitieron de milusos. Lo mismo chaporreaba los terrenos de la misión que acompañaba a algún cura a la punta del cerro para dar una extremaunción o llevar alguna medicina. La gente vivía a días de la primera farmacia. Aunque ya había estado con los binnizá en Juchitán y Tehuantepec, los purépechas en la Meseta, y los nahuas y otomíes del centro, fue la primera ocasión que vivió entre indígenas. Y le gustó. La vida valía más la pena. Vio a una mujer parir, a un hombre morir macheteado, nadó desnudo el esmeraldino río Tulijá y caminó durante cuatro días la impenetrable Lacandona junto con uno de los fundadores de San Jerónimo Tulijá en el norte de la selva; si hoy queda lejos, entonces era un viaje al corazón de las tinieblas (que Eugenio vería aclarar décadas después). Durmió en una de las primeras champas de la gran colonización maya moderna de la selva, cuando la milpa echó a caminar.
Para cuando Jan de Vos llega a Bachajón, todavía sacerdote, Eugenio Bermejillo ya estuvo y se fue, adelantándose unos meses al futuro historiador de los pueblos de Chiapas y cronista mayor de la selva Lacandona. Fue su estancia entre los tseltales lo que terminó de inclinarlo por la antropología, así que aplicaría los años de rigor a frecuentar la ENAH, todavía en los altos del Museo Nacional de Antropología en Chapultepec.
Más que de Marx o Boas imbuido de Jack Kerouac, siguió taloneando las distancias de México en exploración permanente. Unas veces en clave deportiva extrema (montañas, acantilados, desiertos, cavernas, ríos caudalosos), otras en plan de observador. Con el tiempo logró insertarse en los procesos de las comunidades, sus organizaciones, sus luchas, y siguió haciéndolo hasta el abrupto final de sus días. No fue antropólogo en realidad, sino comunicador. Sus experiencias las vertió en los programas que por 20 años realizó en Radio UNAM y desde la red de comunicadores comunitarios Boca de Polen, en las páginas de México Indígena y Ojarasca, en el titipuchal de encuentros y cursos que sostuvo con radiodifusores independientes, videoastas, ejidatarios, organizaciones, y los músicos tradicionales de quienes fue promotor y hasta productor.
Probablemente sea suya la primera cronología detallada del levantamiento zapatista, publicada por Ojarasca en febrero de 1994. Un año después participa como asesor desde las primeras etapas para las negociaciones entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y representantes indígenas de todo el país con el gobierno federal. En San Andrés Sakamch’en, corazón tsotsil de los Altos de Chiapas, Bermejillo está próximo a los Acuerdos que en 1996 firman los rebeldes y el Estado mexicano. Éste los traicionará descaradamente, mientras los zapatistas y muchos pueblos del país los toman como palabra empeñada.
Meses adelante, al nacer el Congreso Nacional Indígena, Bermejillo está ahí. Sin embargo, más que embarcarse en los avatares del CNI se orienta al periodismo radial y la maduración de proyectos comunitarios. Busca el cumplimiento de los Acuerdos en materia de comunicación, a contrapelo de la guerra de baja intensidad contra los pueblos.
Ávido consumidor de la información, y sagaz intérprete, supo el valor periodístico de estar ahí, hacer las preguntas necesarias y obtener las respuestas urgentes. En su intenso periplo por el México de adentro cultivó una multitud de amigos, pupilos y compañeros. Tomó riesgos en sus opciones políticas, y las defendió con pasión. Debe considerársele pionero del nuevo periodismo participativo y comprometido que florece en nuestro tiempo desgarrado. Quien esto escribe celebra la emoción y la rara fortuna de haber sido hermano, colega y compañero de Eugenio Bermejillo por más de 50 años. Él siempre tuvo ríos que cruzar, y los cruzó todos. Se fue como vivió: al aire libre, mirando sonriente el cielo y los árboles al pie de su bicicleta, cerca de su amigo de infancia Jaime Migoya, el primer hermano de los muchos que tuvo.
A mi hermano Karl